MARÍA ROSA RZEPKA, POETA ARGENTINA
Nos honra presentarles a una mujer de extraordinaria lucidez,
humildad y sabiduría. La crónica y el poema de María Rosa Rzepka, que se publican en este blog, son inéditos; honor inmerecido de nuestra parte pero que
recibimos con infinita gratitud.
Crónica
Una tarde en San Mateo
durante el Encuentro de Mujeres Poetas en el País de las Nubes
Nos dispusimos a seguirla. Creo que
ninguna de nosotras tenía idea exacta
del por qué, pero el caso es que íbamos caminando cuesta arriba por la misma
calle que nos había llevado hasta la
escuela esa misma mañana.
Dos cuadras más arriba, tomamos un
sendero hacia la izquierda. Daba la impresión que estábamos atravesando por los
fondos de las casas colmados de vegetación. La misma exuberante vegetación que
veníamos viendo en todo el pueblo. Justamente Victoria, así se llamaba la
mujercita pequeña, delgada y con las piernas curvadas que nos precedía; nos
explicaba con lujo de detalles los múltiples usos de cada especie vegetal. En
mi opinión, el pueblo mexicano, sobre todo los habitantes del sur, no dejan sin
utilizar ningún tipo de grano, hoja o cobertura vegetal. Todo lo transforman en
platos muy elaborados y de variados sabores. A poco de andar retomamos la marcha por
una calle en descenso, cuya vera las flores y los plátanos vestían de gala y
color. Nos detuvimos para trepar, casi literalmente hablando, por una escalera
de piedras que acompañaba la entrada empinada hacia el hogar de Victoria.
Una de sus hijas, que nos acompañaba en
la recorrida, nos ofreció lugares para tomar asiento, mientras su madre entró
en la casa. La casa constaba de varias habitaciones que daban a mi entender, a una galería sobre el frente
con vista a la calle que discurría calma, en franca pendiente. El esposo de
Victoria se hallaba sentado en la galería. Nos saludó con amabilidad desde su
lugar. Estimo que su visión era defectuosa, pero nos contó que había estado la
noche anterior en la fiesta de bienvenida que el pueblo había organizado en
nuestro honor.
Uno de los hijos de la pareja estaba
también allí. Diríase que observando pasar la vida desde su indolencia. En el
otro extremo de la galería una de las nueras ocupada en arrullar a su hija que
no tardó en quedarse dormida. Al parecer
no le preocupaba nuestra presencia. Su madre se introdujo en la casa y la
depositó en una mecedora de tela que pendía del techo y la envolvía por completo protegiéndola de los
insectos, luego volvió a la galería con una carpeta en la que bordaba racimos
de uvas de un violáceo intenso. Nos ofrecieron plátanos frescos. Sabían
a gloria, maduros naturalmente.
Victoria hizo dos o tres viajes al
interior de la casa trayendo varios objetos, luego preguntó gestualmente quién
de nosotras quería ser curada. Una a una fuimos pasando a sentarnos en una
silla baja muy cerca de una pileta de las que se usaban para lavar la ropa con
la tabla de madera.
Una a una vimos como la anciana se
persignaba y luego tomando un huevo de gallina de cáscara blanca, nos fregaba
con él sin que se rompiera; poniendo especial atención (por lo menos en mi
caso) en los brazos, los hombros y en lo que vulgarmente llamamos la boca del
estómago. Luego procedía a cascarlo dejando caer la clara y la yema enteritas
dentro de un vaso conteniendo agua hasta la mitad. Toda la ciencia chamánica
estaba allí según deduzco; puesto que luego de efectuar una minuciosa revisión
ocular nos dio a cada una su veredicto.
En mi caso solo diré que me tocó las
manos, para luego presionar en ciertos puntos de los antebrazos al par que me
hablaba de la gran tristeza que había en mi persona y del problema cardíaco que
me aquejaba. No pude entender todo lo que me dijo pues habló en voz baja, como
si rumiara las palabras. Sólo puedo decir que me sometí a estas prácticas en
absoluta armonía, no sintiendo temor ni creyendo por otra parte hallar una solución
mágica a mis tribulaciones. Sin embargo, puedo asegurar que es verdad que tengo
una insuficiencia cardíaca que hace que diariamente deba tomar medicación; el
asunto de la tristeza me dejó un tanto perpleja en razón de que he sobrellevado
un largo período depresivo y posiblemente eso ayudó para que siempre me refugie
en mi interior. Solitaria por elección.
Una de mis compañeras en la ocasión,
joven, residente en Puebla
donde estudia la Maestría en Letras Latinoamericanas fue quien demandó mayor
atención para Victoria. Y por supuesto también para nosotras. Al parecer una energía negativa rodeaba
su persona, su aura estaba comprometida. Desde el interior de la casa, Victoria
acercó un pequeño brasero con una madera humeante y lo agitó muy cerca de la
muchacha mientras decía algunas palabras. Luego tomó un manojo de hierbas y con
ellas apantallaba el humo que se elevaba desde la madera encendida. Nuevamente
realizó la ceremonia de partir otro huevo una vez que hubo tirado el anterior y
lavado prolijamente el vaso.
En algún momento apareció subiendo los
escalones que conectaban la casa y la calle una mujer bastante mayor. En voz
baja y pocas palabras se entendieron con la hija y el esposo de Victoria. La
mujer venía a buscarla para que fuera a curar a un familiar que necesitaba de
su ayuda. Partió con la promesa de que en un momentito nomás iría por su casa.Entre tanto nos habían servido un vaso
de agua de Jamaica.
Se me ocurrió pensar entonces que era
una verdadera pena que debiera tirar los huevos sumergidos en el agua con cada
lectura. Es de convenir que la gente no vive holgada- mente en los pueblos como
en San Mateo, además mi propia mentalidad de hija de inmigrantes europeos hace
que piense de ese modo. Tal vez sea demasiado estructurado.
El hijo, que en principio parecía estar
alejado de todo interés por nuestra presencia, ayudó a su madre, sin embargo,
haciendo gestos como si también él pudiera ver en aquellos huevos nadando en el
vaso con agua todo un mundo de presentes y futuros. La hija aseguró que ella
entendía algunos significados, pero no tenía el don de proporcionar el alivio
para los males encontrados.
Ya el sol estaba desapareciendo en un
horizonte de todos los verdes y todas las formas vegetales imaginables. El río
Papaloapan se preparaba para una serenata nocturna de aguas saltando sobre las
piedras de su cauce, del canto de las aves caribeñas, de las ranas saltarinas…y
por qué no, de alguna serpiente
deslizándose sigilosa en busca de su banquete.
Nos despedimos presurosas y agradecidas.
Estaba claro que para Victoria el día aún no había concluido. Camino a las cabañas en que nos
alojábamos, conversamos intercambiando pareceres mientras interiormente, cada
una debió haber hecho un balance sobre esta experiencia que nos hizo pertenecer
un poco al paisaje, a los ritos y creencias de los antiguos dueños de la
tierra.
Cuando llegamos al comedor, la luna ya
brillaba vistiendo al río con un manto de plata.
Tal vez suene un tanto pedante
reconocernos “descendientes del fuego”, tal como reza el título del libro que
contiene nuestras voces, pero estoy segura que hemos logrado sentir la fuerza
del agua y del fuego, del verde y del río. El perfume de los plátanos, las
piñas, los mangos y el maíz se ha prendido de nuestros corazones junto a los
gestos amables de tantos anfitriones maravillosos.
María Rosa Rzepka
San
Mateo,Yetla, Oaxaca, México, 2013
Desde el primer día
hasta el final del I Encuentro de Mujeres Poetas en la Cuenca
del Papaloapan, la poeta María Rosa Rzepka y yo, compartimos
el espacio para dormir. Al principio en
el suelo, a la tercera noche habitamos
una cabañita cerca del río, y fue ahí antes de dormir que María Rosa me preguntó,
—Ángeles ¿quieres que te lea mi poema que recién escribí con los pies sumergidos en el río? ―¡Sí!,
respondí de inmediato, entonces, la Mujer Poeta, se ha sentado a la
Vera sin Cruz de mi cama, como una madre o una hermana mayor a
abrazarme con su ternura y su poesía
(Ella ignora que siempre estoy necesitada de abrazos). Gracias.
Mariángel Gasca
Posadas
Agua Dulce,
Veracruz, 2013
He
aquí, el poema de María Rosa Rzepka
ÚTERO DE CONFIANZA
Es
mediodía y pienso el olor de la sala.
Las
flores del jardín y mi fuente de agua.
El
patio se me antoja como un cuento de hadas,
donde
el perro meneando su cola, me reclama.
Es
verdad que en mi casa no corre esta cascada,
ni
la inundan los trinos de especies emplumadas.
Es
verdad que las nubes no corren en bandadas,
ni
un cardumen de peces entre mis piernas baila.
No
hay árboles gigantes extendiendo sus ramas
por
detener orquídeas de rojo acoraladas.
El
cielo de mi patio tiene cables que cantan
cuando
el viento se anima a contar añoranzas.
Las
voces familiares palpitan en las brasas
de
un fogón dominguero de homenaje y de gracias.
Las
puertas de mi casa son la entrada al remanso
de
una tarde agitada.
Reposo
del guerrero, útero de confianza.
La
vida me dio en gracia conocer este cielo,
estos
verdes que atrapan.
Canto
de los pájaros, el color de la vida
de
su raza poblada
El
humo de una cocina despierta la nostalgia
por
la tierra en otoño, por recuerdos de infancia.
Mi
lugar en el mundo…
ese
mundo que encierran, los muros de mi casa.
María Rosa Rzepka
Nacida
el 24 de febrero de 1951 en Quilmes. Prov. de Buenos Aires, Argentina.
Enamorada
de las artes plásticas y visuales, conocedora de las técnicas cerámicas y el
ancestral oficio del vitral. Actualmente es profesora de Educación Artística y
Cultura y Comunicación del nivel Secundario.
Distinguida
en diversos certámenes nacionales y honrada de participar como invitada al Encuentro
de Mujeres Poetas de la región Mixteca, México 2008-2009-2010-2012.
Participante
invitada al Encuentro de Mujeres Poetas en la ruta del Café. Quindío, Colombia,
septiembre 2012.
Mención
Mujer Innovadora en Literatura. Honorable Senado de la Provincia de Buenos
Aires, 2012
Miembro
honorario de la Unión Hispanoamericana de Escritores. Delegada por Florencio
Varela.
Miembro
honorario de Paziflac e Iflac.
Miembro
fundador de Naciones Unidas de las Letras.
Miembro
de Parnasus Patria de Artistas.
Miembro
de SVAI. Venezuela.
Obras
publicadas en diversas antologías del país,
Uruguay, México y España.
Obras editadas:
Paralelodrama.
Poemario
El
hilo que aún resta del carretel. Novela corta
Entrecuentos.
Selección de cuentos cortos.
Dejando
atrás la tormenta. Novela corta.
Fotos: Estela Guerra