CATULO (Cayo Valerio)
I
¿A quién regalo mi ingenioso librito recién aparecido, pulido hace nada con la árida piedra pómez? A ti, Cornelio; pues tú solías considerar que de algún valor eran mis naderías, ya entonces, cuando te atreviste tú el único de los ítalos a desarrollar la historia toda en tres tomos sabios, ¡por Júpiter!, y trabajosos.
Por eso, acepta cualquier cosa que esto de librillo sea y lo que valga, que, ¡oh doncella protectora!, ojalá permanezca sin menoscabo más de un siglo.
IV
Esa barca que veis, huéspedes, presume de que fue la más rápida de las naves y de que el empuje de ningún navío sobre las ondas pudo dejarla atrás, bien se tratara de volar a remo o a vela. Y dice que esto no lo niegan la costa del amenazador Adriático o las islas Cícladas ni la famosa Rodas ni la espantosa Propóntide Tracia o el terrible golfo del Ponto, donde ésta, luego barca, fue antes melenudo bosque: pues, en la cumbre del Citoro a menudo silbó con su habladora cabellera.
Amastris del Ponto y Citoro que produces bojes, para ti esto fue y es conocidísimo -presume la barca-. Desde su más lejano origen dice que se asentó en tu cumbre, que empapó sus remos en tu superficie y de allí avanzó como dueña por tantas inmoderadas corrientes, ya el viento la empujara por izquierda o derecha, ya Júpiter hubiera soplado favorable sobre ambas escotas; y que, en su interés, no se hicieron votos a los dioses de la costa cuando volvía hace nada del mar a este cristalino lago.
Pero estas cosas ocurrieron antes; ahora, en oculta quietud, descansa vieja y se consagra a ti, gemelo Cástor, y al gemelo de Cástor.
XL
¿Qué mala idea, pobrecito Rávido, te lleva de cabeza contra mis yambos? ¿Qué dios no bien invocado por ti te lanza a provocar una discordia insensata? ¿Acaso para andar tú de boca en boca? ¿Qué quieres? ¿Deseas que te conozcan a toda costa? Lo serás, puesto que has pretendido querer a mis amores a pesar de un largo castigo.
XLII
Acercaos, endecasílabos, todos cuantos hay por todas partes, todos cuantos hay. Una desvergonzada adúltera me toma a broma y dice que no me devolverá nuestras tablillas, creyéndose que podéis aguantarlo. Vamos a perseguirla y a pedírselas con insistencia.
¿Preguntáis quién es? La que veis andar indecentemente, la que, como una actriz de mimos, con desfachatez se ríe, con una boca de cachorro galo.
Rodeadla y pedidle con insistencia: "Corrompida adúltera, devuélvenos los escritos. Devuélvenos los escritos, corrompida adúltera." ¿Qué te importa un bledo? ¡Ay, fango, lupanar, o algo más corrompido si puede haberlo! Pero no hay que confiar en que esto baste. Si no puede ser de otra manera, saquémosle los colores en su férrea cara de perro. Gritad a coro otra vez con voz más alta: "Corrompida adúltera, devuélvenos los escritos.
Devuélvenos los escritos, corrompida adúltera."
Pero, no hacemos ni un progreso, sigue como si tal cosa. Tenemos que cambiar el método y la forma, a ver si podéis progresar un poco: "Virtuosa y honrada, devuélvenos los escritos."
XXX
Olvidadizo Alfeno y falso con tus compañeros queridísimos, ¿ya no te compadeces nada, insensible, de tu dulce amiguito? ¿Ya no dudas en abandonarme, en traicionarme, desleal?
Los actos perversos de los hombres mentirosos no gustan a los habitantes del cielo; y eso tú lo desprecias, y, ¡desdichado de mí!, me abandonas en medio de mis desgracias. ¡Ay! ¿Qué pueden hacer -dime- los hombres, o a quién pueden tenerle ley?
Y tú, injusto, bien que me exigías entregarte mi alma, arrastrándome a quererte, como si para mí todo estuviera asegurado. Ahora, de la misma manera, te retraes y dejas que todas tus palabras y tus actos se los lleven vanos los vientos y las nubes arrastradas por el aire. Si tú te has olvidado, en cambio, los dioses se acuerdan; se acuerda la Lealtad, que hará que de tu acto te arrepientas un día.
LX
¿Acaso una leona de los montes de Libia, o Escila, que ladra desde la parte más baja de sus ingles, te parió con tan dura y abominable alma como para que despreciaras los gritos de un suplicante en esta recentísima desgracia, ay, tú, de corazón demasiado cruel?
LXXIII
Deja de querer merecer nada de nadie o de creer que alguien puede resultar leal. Todo es ingratitud, nada aprovecha haber obrado buenamente; es más: incluso hastía y perjudica más. Así me pasa a mí, a quien nadie atormenta más dura y amargamente que el que hasta hace poco me tuvo como solo y único amigo.
LXXXV
Odio y amo. Por qué hago eso acaso preguntas.
No sé, pero siento que ocurre y me atormento.
CXVI
A pesar de buscar una y otra vez para ti, con empeñado ánimo de cazador,
versos que poder enviarte del Batíada, con los que te ablandaras conmigo y no trataras de lanzar contra mi cabeza constantemente dardos hostiles, ahora veo que me tomé ese trabajo en vano, Gelio, y que desde ese momento no han servido mis ruegos. Por contra, evito esos dardos tuyos con el manto, pero tú, atravesado por los míos, llevarás tu castigo.
VIII
Desdichado Catulo, ¡que dejes de hacer tonterías
y lo que ves que se ha destruido lo consideres perdido!
Brillaron un día para ti radiantes los soles, cuando
acudías una y otra vez a donde tu niña te llevaba,
querida por mí cuanto no lo será ninguna.
Y allí tenían lugar entonces aquellos múltiples juegos
que tú querías y tu niña no dejaba de querer.
Brillaron, es verdad, para ti radiantes los soles.
Ahora ya ella no quiere: tú, como nada puedes hacer,
tampoco quieras, y a la que huye no la persigas,
ni vivas desdichado, sino resiste con tenaz empeño,
manténte firme. ¡Adiós, niña! Ya Catulo está firme,
y no te buscará ni te hará ruegos en contra de tu voluntad.
Pero tú te lamentarás cuando nadie te haga ruegos.
¡Criminal, ay de ti! ¿Qué vida te espera?
¿Quién se te acercará ahora? ¿A quién le parecerás bella?
¿A quién querrás ahora? ¿De quién se dirá que eres?
¿A quién besarás? ¿A quién morderás los labios?
Pero ¡tú, Catulo, resuelto, mantente firme!
Catulo
Catulli
Carmina
traducción
Rosario González Galicia
2. Nonius Marcellus 134 M.
... de meo ligurrire libido est
2.
... es mi deseo saborear de lo mío
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