domingo, 5 de agosto de 2012

                         Federico García Lorca
LIBRO DE POEMAS
                                                      (1921)

                                                     A mi hermano Paquito

POÉTICA

(De viva voz a Gerardo Diego)


Pero, ¿qué voy a decir yo de la Poesía? ¿Qué voy a decir de esas nubes, de ese cielo?
Mirar, mirar, mirarlas, mirarle y nada más. Comprenderás que un poeta no puede decir nada de la Poesía. Eso déjaselo a los críticos y profesores. Pero ni tú ni yo ni ningún poeta sabemos lo que es la Poesía.
Aquí está: mira. Yo tengo el fuego en mis manos. Yo lo entiendo y trabajo con él perfectamente, pero no puedo hablar de él sin literatura. Yo comprendo todas las poéticas; podría hablar de ellas si no cambiara de opinión cada cinco minutos. No sé.
Puede que algún día me guste la poesía mala muchísimo, como me gusta (nos gusta) hoy la música mala con locura. Quemaré el Partenón por la noche para empezar a levantarlo por la mañana y no terminarlo nunca.
En mis conferencias he hablado a veces de la Poesía, pero de lo único que no puedo hablar es de mi poesía. Y no porque sea un inconsciente de lo que hago. Al contrario, si es verdad que soy poeta por la gracia de Dios -o del demonio-, también lo es que lo soy por la gracia de la técnica y del esfuerzo, y de darme cuenta en absoluto de lo que es un poema.

                                        Federico García Lorca

              Conferencias
Teoría y juego del duende
                                                           
(…) Manuel Torres, el hombre de mayor cultura en la sangre que he conocido, dijo, escuchando al propio Falla su Nocturno del Generalife, esta espléndida frase: «Todo lo que tiene sonidos negros tiene duende». Y no hay verdad más grande.
Estos sonidos negros son el misterio, las raíces que se clavan en el limo que todos conocemos, que todos ignoramos, pero de donde nos llega lo que es sustancial en el arte. Sonidos negros, dijo el hombre popular de España, y coincidió con Goethe, que hace la definición del duende al hablar de Paganini, diciendo: «Poder misterioso que todos sienten y ningún filósofo explica».

Así pues, el duende es un poder y no un obrar, es un luchar y no un pensar.

Yo he oído decir a un viejo maestro guitarrista: "El duende no está en la garganta; el duende sube por dentro desde la planta de los pies". Es decir, no es cuestión de facultad, sino de verdadero estilo vivo;  es decir, de sangre;  es decir, de viejísima cultura, de creación en acto.

(…) Todo hombre, todo artista, llamará Nietzsche, cada escala que sube en la torre de su perfección es a costa de la lucha que sostiene con su duende, no con su ángel, como se ha dicho,  ni con su musa. Es preciso hacer esta distinción, fundamental para la raíz de la obra.
…El ángel guía y regala como San Rafael, defiende y evita como San Miguel, y previene como San Gabriel. El ángel deslumbra, pero vuela sobre la cabeza del hombre, está por encima, derrama su gracia, y el hombre, sin ningún esfuerzo, realiza su obra o su simpatía o su danza.

La musa dicta, y, en algunas ocasiones, sopla. Puede relativamente poco, porque ya
está lejana y tan cansada (yo la he visto dos veces), que tuve que ponerle medio corazón de mármol. Los poetas de musa oyen voces y no saben dónde, pero son de la musa que los alienta y a veces se los merienda. Como en el caso de Apollinaire, gran poeta destruido por la horrible musa con que lo pintó el divino angélico Rousseau. La musa despierta la inteligencia, trae paisaje de columnas y falso sabor de laureles, y la inteligencia es muchas veces la enemiga de la poesía, porque imita demasiado, porque eleva al poeta en un bono de agudas aristas y le hace olvidar que de pronto se lo pueden comer las hormigas o le puede caer en la cabeza una gran langosta de arsénico, contra la cual no pueden las musas que hay en los monóculos o en la rosa de tibia laca del pequeño salón. Ángel y musa vienen de fuera; el ángel da luces y la musa da formas (Hesíodo aprendió de ellas). Pan de oro o pliegue de túnicas, el poeta recibe normas en su bosquecillo de laureles.

En cambio, al duende hay que despertarlo en las últimas habitaciones de la sangre.
Y rechazar al ángel y dar un puntapié a la musa, y perder el miedo a la fragancia de violetas que exhale la poesía del siglo XVIII y al gran telescopio en cuyos cristales se duerme la musa enferma de límites.

 La verdadera lucha es con el duende.

…Se saben los caminos para buscar a Dios, desde el modo bárbaro del eremita al modo sutil del místico. Con una torre como Santa Teresa, o con tres caminos como San Juan de la Cruz. Y aunque tengamos que clamar con voz de Isaías: "Verdaderamente tú eres Dios escondido", al fin y al cabo Dios manda al que lo busca sus primeras espinas de fuego.

Para buscar al duende no hay mapa ni ejercicio. Solo se sabe que quema la sangre como un tópico de vidrios, que agota, que rechaza toda la dulce geometría aprendida, que rompe los estilos, …

…La Niña de los Peines tuvo que desgarrar su voz porque sabía que la estaba oyendo
gente exquisita que no pedía formas, sino tuétano de formas, música pura con el cuerpo sucinto para poder mantenerse en el aire. Se tuvo que empobrecer de facultades y de seguridades; es decir, tuvo que alejar a su musa y quedarse desamparada, que su duende viniera y se dignara luchar a brazo partido. ¡Y cómo cantó! Su voz ya no jugaba, su voz era un chorro de sangre digna por su dolor y su sinceridad, y se abría como una mano de diez dedos por los pies clavados, pero llenos de borrasca, de un Cristo de Juan de Juni.

…La llegada del duende presupone siempre un cambio radical en todas las formas sobre planos viejos, da sensaciones de frescura totalmente inéditas, con una calidad de rosa
recién creada, de milagro, que llega a producir un entusiasmo casi religioso.

En toda la música árabe, danza, canción o elegía, la llegada del duende es saludada
con enérgicos "¡Alá, Alá!", "¡Dios, Dios!", tan cerca del "¡Olé!" de los toros, que quién
sabe si será lo mismo; y en todos los cantos del sur de España la aparición del duende
es seguida por sinceros gritos de "¡Viva Dios!", profundo, humano, tierno grito de una
comunicación con Dios por medio de los cinco sentidos, gracias al duende que agita
la voz y el cuerpo de la bailarina, evasión real y poética de este mundo, tan pura como
la conseguida por el rarísimo poeta del XVII Pedro Soto de Rojas a través de siete
jardines o la de Juan Calímaco por una  temblorosa escala de llanto.

…Naturalmente, cuando esa evasión está lograda, todos sienten sus efectos: el iniciado, viendo cómo el estilo vence a una materia pobre, y el ignorante, en el no sé qué de una autentica emoción.

Todas las artes son capaces de duende, pero donde encuentra más campo, como es
natural, es en la música, en la danza y en la poesía hablada, ya que estas necesitan un
cuerpo vivo que interprete, porque son formas que nacen y mueren de modo perpetuo y alzan sus contornos sobre un presente exacto.

Muchas veces el duende del músico pasa al duende del intérprete y otras veces, cuando
el músico o el poeta no son tales, el duende del intérprete, y esto es interesante, crea
una nueva maravilla que tiene en la apariencia, nada más, la forma primitiva. Tal
el caso de la enduendada Eleonora Duse, que buscaba obras fracasadas para
hacerlas triunfar, gracias a lo que ella inventaba, o el caso de Paganini, explicado
por Goethe, que hacía oír melodías profundas de verdaderas vulgaridades, …

Lo que pasaba era que, efectivamente, encontraban alguna cosa nueva que nada tenía que ver con lo anterior, que ponían sangre viva y ciencia sobre cuerpos vacíos de expresión.

Cuando la musa ve llegar a la muerte cierra la puerta o levanta un plinto o pasea una urna y escribe un epitafio con mano de cera, pero en seguida vuelve a rasgar su laurel con un silencio que vacila entre dos brisas. Bajo el arco truncado de la oda, ella junta con sentido fúnebre las flores exactas que pintaron los italianos del xv y llama al seguro gallo de Lucrecio para que espante sombras imprevistas.

Cuando ve llegar a la muerte, el ángel vuela en círculos lentos y teje con lágrimas de hielo y narciso la elegía que hemos visto temblar en las manos de Keats, y en las de Villasandino, y en las de Herrera, y en las de Bécquer y en las de Juan Ramón Jiménez. Pero ¡qué horror el del ángel si siente una arena, por diminuta que sea, sobre su tierno pie rosado!

En cambio, el duende no llega si no ve posibilidad de muerte, si no sabe que ha de rondar su casa, si no tiene seguridad de que ha de mecer esas ramas que todos llevamos y que no tienen, que no tendrán consuelo.

Con idea, con sonido o con gesto, el duende gusta de los bordes del pozo en franca lucha
con el creador. Ángel y musa se escapan con violín o compás, y el duende hiere, y en
la curación de esta herida, que no se cierra nunca, está lo insólito, lo inventado de la
obra de un hombre.

La virtud mágica del poema consiste en estar siempre enduendado para bautizar con
agua oscura a todos los que lo miran, porque con duende es más fácil amar,
comprender, y es seguro ser amado, ser comprendido, y esta lucha por la expresión y
por la comunicación de la expresión adquiere a veces, en poesía, caracteres mortales.

Recordad el caso de la flamenquísima y enduendada Santa Teresa, flamenca no por
atar un toro furioso y darle tres pases magníficos, que lo hizo; no por presumir de
guapa delante de fray Juan de la Miseria ni por darle una bofetada al Nuncio de Su
Santidad, sino por ser una de las pocas criaturas cuyo duende (no cuyo ángel,
porque el ángel no ataca nunca) la traspasa con un dardo, queriendo matarla por haberle quitado su último secreto, el puente sutil que une los cinco sentidos con ese centro en carne viva, en nube viva, en mar viva, del Amor libertado del Tiempo.

Hemos dicho que el duende ama el borde, la herida, y se acerca a los sitios donde las
formas se funden en un anhelo superior a sus expresiones visibles.

Pero imposible repetirse nunca, esto es muy interesante de subrayar.  El duende no se
repite, como no se repiten las formas del mar en la borrasca.

…En los toros adquiere sus acentos más impresionantes, porque tiene que luchar, por
un lado, con la muerte, que puede destruirlo, y por otro lado, con la geometría, con la
medida, base fundamental de la fiesta. El toro tiene su órbita; el torero, la suya, y
entre órbita y órbita un punto de peligro donde está el vértice del terrible juego.
Se puede tener musa con la muleta y ángel con las banderillas y pasar por buen torero,
pero en la faena de capa, con el toro limpio todavía de heridas, y en el momento de
matar, se necesita la ayuda del duende para dar en el clavo de la verdad artística.

..El torero que asusta al público en la plaza con su temeridad no torea, sino que está en
ese plano ridículo, al alcance de cualquier hombre, de jugarse la vida; en cambio, el
torero mordido por el duende da una lección de música pitagórica y hace olvidar que tira constantemente el corazón sobre los cuernos.

…La musa de Góngora y el ángel de Garcilaso han de soltar la guirnalda de laurel cuando
pasa el duende de San Juan de la Cruz, cuando El ciervo vulnerado por el otero asoma.

…Duende de Quevedo y duende de Cervantes, con verdes anémonas de fósforo
el uno, y flores de yeso de Ruidera el otro, coronan el retablo del duende de España.

Cada arte tiene, como es natural, un duende de modo y forma distinta, pero todos unen
raíces en un punto de donde manan los sonidos negros de Manuel Torres, materia
última y fondo común incontrolable y estremecido de leño, son, tela y vocablo.

Sonidos negros detrás de los cuales están ya en tierna intimidad los volcanes, las
hormigas, los céfiros y la gran noche apretándose la cintura con la Vía láctea.
Señoras y señores:  He levantado tres arcos y con mano torpe he puesto en ellos a la
musa, al ángel y al duende.

…La musa permanece quieta; puede tener la túnica de pequeños pliegues o los ojos de
vaca que miran en Pompeya a la narizota de cuatro caras con que su gran amigo Picasso
la ha pintado. El ángel puede agitar cabellos de Antonello de Mesina, túnica de Lippi y
violín de Massolino o de Rousseau.

El duende... ¿Dónde está el duende? Por el arco vacío entra un aire mental que sopla
con insistencia sobre las cabezas de los muertos, en busca de nuevos paisajes y acentos ignorados: un aire con olor de saliva de niño, de hierba machacada y velo de medusa que anuncia el constante bautizo de las cosas recién creadas.

                                                     Federico García Lorca

Pido perdón por mi irreverencia, pero hay una justificación para presentar de esta manera Teoría y juego del duende: En 1977, cuando lo leí por primera, subrayé los párrafos que aquí aparecen, desde entonces, aun en el ensueño, viajan conmigo.  Mariángel Gasca Posadas
 


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